“Las observaciones y vivencias del solitario taciturno son al mismo tiempo más confusas y más intensas que los de la gente sociable; sus pensamientos son más graves, más extraños y nunca exentos de cierto halo de tristeza. Ciertas imágenes e impresiones de las que sería fácil desprenderse con una mirada, una sonrisa o un intercambio de opiniones le preocupan más de lo debido, adquieren profundidad e importancia en su silencio y devienen vivencia, aventura, sentimiento. La soledad engendra lo original, lo audaz e inquietantemente bello: el poema. Pero también engendra lo erróneo, desproporcionado, absurdo e ilícito”.

—La muerte en Venecia, Thomas Mann.

martes, 31 de enero de 2017

El vuelo



«No les gustaba la lectura, sino presumir de que habían leído.»
Anónimo.
«Lector, ya conoces a tan delicado monstruo,
lector hipócrita ¡tú, mi prójimo, mi hermano!»
Charles Baudelaire.


Es el día en la ventana 
y la noche en mi cabeza.
                Todo mes: abril. 
Todo sintagma un fallo
                       rescatado 
de los labios de un mudo,
libros de voz silente
sobre mis ojos de tinta seca.

Y pregunto:
 
¿Para qué escribir poesía y máculas
que no leerá nadie?
¿Por qué dejar marcadas las palabras,
                                             inasibles,
sus esquinas dobladas 
como cicatrices de tiempo?

Para qué 
sino para dejar la puerta abierta
a la costumbre extrema del silencio, 
una esquirla apartada de los ojos
como testimonio abrupto de lo invisible.

Para qué, digo, 
para qué sino para hacer 
su exclusión inevitable
como el vuelo de un insecto.

Y entonces si olvidé mi voz, 
mi aliento escrito.

Si lo dejé castrado 
en el tibio cuerpo de mi madre
y llevo solo este paisaje en letanía,
                                letras de ástato,
como ambiciosas variaciones
de un verde cada vez más verde
en los recuerdos de una hoja.

Pues funciona así la exactitud voluble
                    de la memoria.

Pero no, qué digo,
¿para qué empeñarse en perseguir
lo no explorado por el dedo índice:
la poesía, el amor?

Para qué sino para ser el pájaro
que buscando el aire
descubrió 
         —en su fatiga— 
                          el vuelo.



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